Estos días azules y este sol de la infancia...

 


El sol de nuestra infancia...

¿Qué tiene el verano? Será el buen tiempo, la ociosiodad de la infancia, tal vez. Cuando el verano significaba el fin de las clases, de la condena implícita que traía madrugar, estudiar, ir a clase y hacer deberes... Salir cuando se hacía de noche, volver para cenar y ducharse. El verano parecía inmenso, un mundo lleno de posibilidades que al principio se agarraba con ganas fieras y que después podía incluso a aburrir. Los días se estiraban, las semanas parecían eternas y el calor acompañaba con un sol que picaba, con el sonido de las chicharras y el ansioso contar de las horas, con la promesa de poder zumbullirse en el agua.

El verano, donde visitabas un pueblo que se volvía desconocido el resto del año. Visitar a los abuelos, estar con los primos, las comidas familiares... Los juegos que surgían con el aburrimiento... La agradable frescura de estar en el agua hasta que los labios se ponían morados y te obligaban a salir del agua... Los veranos flotaban, permanecían inamovibles, dando la certeza de que jamás pasarían. El tiempo es un tramposo que engaña, y antes de que te des cuenta, el sol ya no brilla tanto como en la infancia, el cielo no tiene ese azul tan limpio... ¿O es que dejamos de fijarnos hace mucho tiempo en eso?

El verano trae consigo la felicidad, a la par que una melancolía extraña, un pinchazo en el estómago que no termina de irse. Visitas los mismos sitios de la infancia, estás con la misma gente o echas de menos a los que faltan... Pero nada es igual que los tiernos días de la infancia, donde la inocencia era capaz de convertir una caja en el juego donde pasar horas y días. Con la llegada de un nuevo verano también un curso llega a su fin. Este ha sido un curso lleno de cambios, de temores, de nuevas a mistades, de nerviosismo y confianza... Un curso donde te alejabas de casa, con incertidumbre, solo para descubrir que te acogen en otra casa, que puedes estar lejos del hogar y sentirte igual de querido. Este verano es un buen momento para pensar, para dejar que el aburrimiento envuelva y atosigue, para aburrirnos como niños y dejar que la cabeza nos lleve a ideas rocambolescas. A retomar la ilusión y volver la atención al sol que pica y al cielo que siempre ha sido igual de azul. Volver a ser niños, porque el mundo puede verse de una forma muy distinta.

Un curso llega a su fin para traer consigo el verano, para fortalecer los buenos recuerdos. Y dentro de unos años pensar en este año de carrera, en los amigos, en los artículos que muchas semanas no teníamos ni idea de qué escribir, en los trabajos que nos desbordaban... Y sonreír, porque al final, todo pasado se recuerda con ternura y se echa de menos.


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